"Some time later"

lunes, 12 de mayo de 2014

Continuará en DE PRELUDIO Y FUGA

¡Hola!

Por fin me he decidido a continuar con el blog y compartir unas palabritas de vez en cuando.

Pero cambio de blog; pues ya ha pasado un tiempo y no soy la misma ni creo será igual el blog.

Si me queréis seguir, aquí está: ahora se llama DE PRELUDIO Y FUGA

http://depreludioyfuga.blogspot.com.es/

viernes, 25 de mayo de 2012

TO BE OR NOT TO BE... MELANCHOLIC.

Sin lugar a dudas El intelectual melancólico, un panfleto, es un libro polémico. Sobre todo porque su propósito fundamental es  arremeter contra aquellos intelectuales que en la actualidad se lamentan por “el descrédito de la cultura humanística” en nuestros días. Máxime porque fue precisamente la lectura de “Adéu a la Universitat. L’eclispi de les humanitats”, del también catedrático (ahora emérito) de la Universidad de Barcelona Jordi Llovet el acicate que brindó a Gracia el impulso para pergeñar un estado de la cuestión propio y opuesto, mucho más halagüeño.
Del panfleto de Gracia, lo primero que hay que agradecer es el hecho de que, en la línea de Llovet, el profesor universitario salga de su cubículo para plantear una discusión pública sobre el estado de la cultura y el papel del intelectual en ella; lo segundo, que, lejos del derrotismo o desidia habituales, se atreva a enfrentarse a la complejidad del presente, y además efectúe un diagnóstico favorable. Ciertamente resulta vigorizante que se admita sin paliativos que el malestar de la cultura no es exclusivo en el mundo actual, sino que cada época lo ha venido rezando, a modo de variaciones del tópico clásico según el cual “cualquiere tiempo passado / fue mejor”. Especialista en la historia literaria y cultural de España, y autor de títulos como El despertar de una conciencia silenciosa o Derrota y restitución de la modernidad, Gracia nos recuerda cómo no hace tantos años la cultura en este país estaba maniatada por la dictadura franquista, y la eclosión y dispersión de la cultura actual ha de interpretarse como un estadio necesario en el proceso de transformación de una sociedad cada vez más europea. De este modo, el panfleto es también un alegato a favor de la capacidad autoregeneradora de la España democrática, y una defensa de la situación cultural actual, privilegiada en cuanto a mercado editorial, sin que ello vaya en detrimento de la calidad, la diversidad, y la profesionalidad universitaria.
Por otro lado, no es azaroso el hecho de que Gracia haya tildado a su libro de panfleto, ya que, junto a su habitual verbo ágil y vibrante, sorprende su registro sumamente hiperbólico y subjetivo. Así,  le “revienta” la deformación del intelectual sobre la realidad y le provocan “ira” las estadísticas sobre el fracaso escolar. El autor (como haciéndose eco del “mon semblable, mon frère” baudelairiano) se dice “hijo inconfundible de la vulgaridad contemporánea”, y se erige como antítesis del intelectual melancólico, refinado y burgués, al que tacha de haber vivido una “ilusa ilusión” confiando en su impertérrito rol social. Por añadidura, el retrato del intelectual en cuestión roza lo paródico, ya que aparece como un ser decadente, ‘protagonista de un final prematuro’, que busca libros en los anaqueles más recónditos de las librerías y se pasea por una Barcelona de la que se siente excluido, horrorizado por las nuevas hornadas de turismo hortera y juventud vulgar. Y mientras asocia al intelectual melancólico las lacras de la “frustración”, la “vanidad”, la “autocompasión”,  el “reaccionarismo”, contrapone a dichas pasiones “ecuanimidad”, “prudencia”,  “sensatez”, “equilibrio” e “ironía” como necesarias virtudes para el intelectual en período fértil.
El intelectual melancólico en una primera lectura se vivirá como un puñetazo a la conciencia del lector; probablemente entusiasme a las mentes afines y tal vez subleve a los que se identifiquen como melancólicos. Sin embargo, en una segunda lectura, puede detectarse que la subjetividad y vehemencia del discurso lo acercan sutilmente al intelectual melancólico que describe. ¿Y no será acaso pertinente la convivencia en el intelectual contemporáneo de ambas miradas, la bruma melancólica y la euforia progresista? El mismo Georges Steiner, un gran melancólico, ha subrayado en “Recordar el futuro” (2008) la necesidad de transformar los lugares de memoria en los lugares de la posibilidad, donde el vacío se vaya colmando con nuevas formas.

jueves, 6 de mayo de 2010

Care Santos: ensanchando los límites de la realidad.




Care Santos es una autora de Mataró que he descubierto este año, y ha sido para mí una grata sorpresa. Me parece que su obra es bastante personal y arriesgada, y sospecho que va a ser un valor en alza. Además, he tenido la suerte de contactar con ella a partir de esa herramienta tan particular y aparentemente banal como es el facebook....y, aprovechando la excusa de que mi escuela de adultos es en Mataró, he logrado arrancarle la promesa de venir a hacernos una visita el lunes próximo y hablar con ella de literatura. Si en persona es la mitad de interesante que en sus libros y la mitad de amable que en sus mensajes de correo... la charla del lunes confío que resultará muy motivadora.

Care Santos (Mataró, 1970) apunta fuerte. Tiene ya en su haber diversas obras de literatura juvenil, siete novelas de textura variada y seis libros de cuentos, el último de los cuales ha publicado recientemente Páginas de espuma. Su obra no es obvia: huye de la simpleza de la llamada “literatura femenina” (contra la que arremete en uno de sus cuentos) para moverse en los intersticios entre la realidad y la ficción, lo verosímil y lo fantástico, y ensanchar así los límites de la realidad, como hace la buena literatura.
Su novela “Aprender a huir” ya me fascinó por lo arriesgado de su propuesta: en ella lleva las pasiones de sus variopintos personajes hasta el extremo; a partir de situaciones realistas, introduce un efecto de extrañamiento que cautiva al lector, que se ve impelido a continuar los avatares de los protagonistas con su mismo frenesí.
En el inquietante “Los que rugen”, de interés desigual, los mejores cuentos me parecen aquellos en los que entremezcla la autoficción con la fantasía. ¿Es ella de quien habla cuando la protagonista se llama Santos? ¿Es ella la autora que se extasía con la contemplación nocturna de su biblioteca, o se indigna ante un periodista mediocre? Pero los sucesos siempre desmienten la primera presunción de realidad: ¿cómo puede ser verídico si la protagonista recibe la visita de los autores difuntos ausentes de su biblioteca, o asesina al periodista por el rechazo visceral que le causa?
Freud en “Lo siniestro” explicaba cómo esta noción se vincula con los mejores relatos sobrecogedores. Según la etimología de la palabra en alemán (unheimlich), lo siniestro equivale a lo que no es familiar, o a lo que inquieta porque emerge imprevisiblemente de lo cotidiano, para revelarnos algo oculto. Este mecanismo se produce soberbiamente en los mejores cuentos de Care, y les concede esa aura tan particular de irrealidad verosímil, o realidad trastornada.
Los cuentos del libro se dividen en dos partes, “Ellos” y “Nosotros”, títulos que sellan la configuración de lo fantasmagórico; un universo donde la realidad presenta varios sustratos, y las situaciones extraordinarias corporeizan la extrañeza misma de la existencia. En “Ellos” el mundo de los muertos visita de manera borrascosa el de los vivos. Así, en uno de los relatos, una llamada telefónica anónima crea la expectativa de una historia de amor secreta; pero ello queda después truncado por el rumbo posterior de los acontecimientos. “Nosotros” trata en cambio de los vivos, desde sus sombras; y el lector no puede evitar sentir que construye fábulas a partir de sus vivencias personales; a destacar, la historia de una mujer que adopta como amante a un hombre invisible al que puede alojar en su casa sin sospechas, o aquellas sobre la difícil adolescencia de una muchacha amante de los libros.
Care Santos, en definitiva, parece personificar estas palabras de Faulkner: “Una novela es la vida secreta de un escritor, el oscuro hermano gemelo de un hombre”.

viernes, 30 de abril de 2010

Razones para amar y odiar a Vila-Matas (y también vice versa)

No sé si amar u odiar a este escritor tan peculiar en nuestro panorama literario. Me va a días. Y tengo motivos sobrados para ello.

Razones para amarlo:

1) Porque sus obras son siempre una experimentación, una aventura sorprendente que no sabes cómo va a acabar. Así sucede en "Dulbinesca", que comienza como la epopeya de un editor jubilado que desea viajar a Dublín para conmemorar el Bloomsday y al mismo tiempo...el funeral de la "época Gutenberg", que está siendo desoladoramente sustituida por la época Google. ¿En qué universo estamos? ¿El del drama, el viaje iniciático, la parodia? ...

2) Porque las fronteras entre la realidad y la literatura están tan difuminadas que inspira a vivir más literariamente, y a leer más vitalmente.
Como dice el personaje de él mismo en 'Dublinesca', "Tiene una notable tendencia a leer su vida como un texto literario, a interpretarlo con las deformaciones propias del lector empedernido que ha sido durante años."

3) Porque su lectura deja siempre en el paladar más interrogantes que respuestas, así que nos impele sin miramientos auna lectura activa.

4) Porque sus obras son una inspiración para viajar por la literatura, y contagia al lector el entusiasmo por los lugares y autores visitados...En realidad nos pasea continuamente por su propia geografía literaria; puesto que lo que nos hace sentir vivos es lo nuevo, lo extranjero, su obra parece la del eterno paseante por lo extranjero, ese gran Otro que se ve colmado en la literatura. "Está claro que sólo lo ajeno a su mundo familiar, sólo lo extranjero, es capaz actualmente de atraerle en una dirección u otra. Tiene que saber ver que necesita aventurare en geografías donde reina la extrañeza y también el misterio y la alegría que rodea lo nuevo: volver a ver con entusiasmo el mundo, como si lo estuviera contemplando por primera vez." (Dublinesca, 77-78)

5) Porque refleja todas las preocupaciones que puedan tener los amantes de la literatura: sobre cómo va a ser la literatura del futuro, sobre el hecho de escribir, de leer... ¿Va a seguir la literatura la estela de la modernidad, como la gran literatura del siglo XX, o va a desembocar en un callejón sin salida, confinándose en un género hermano de lo tecnológico? En Dublinesca parece plantearse humorísticamente esta disyuntiva; pero a nosotros no nos engaña, mientras sugiere que la "era Google" va a acabar con la literatura tal como la concebimos, el personaje sigue definiendo las obras esenciales como aquellas marcadas por "intertextualidad, conexiones con la alta poesía; conciencia de un paisaje moral en ruinas; ligera superioridad del estilo sobre la trama; la escritura vista como un reloj que avanza".

Y mientras debate sobre la alta literatura, el personaje se busca y se pierde a sí mismo; se esconde tras la aventura literaria, para luego confesasr que busca "un momento en el centro del mundo", "un arte de mi propio ser". El personaje así (y el autor, y el lector, diríamos, de rebote) se persigue a sí mismo y se oculta tras el artificio literario.

Razones para odiarlo:

1) Porque su cultura de la cita y autocita nos encierra en un universo hermético, que nos hace preguntarnos: ¿para qué tanta literatura?

2) Porque nunca sabemos a ciencia cierta hasta dónde nos está tomando el pelo. Eso sucedía ya en "Historia abreviada de la literatura portátil" y en "Bartleby y compañía", entre otros. ¿Podemos tomar en serio las anécdotas que nos cuenta sobre la "conjura de los autores portátiles", los "shandys", y las fascinantes luces y sombras de aquellos autores que dejaron de escribir?

3) Porque es imposible seguirle la pista hasta el final en sus referentes librescos, cosa que crea una cierta angustia en el lector ("esa enfermedad de corte tan europeo").

4) Porque su visión del ser humano está llena de oscuridad, desesperanza, como si se considerara ya "de vuelta de todo". Si no, ¿qué hace el editor Samuel rindiendo homenaje a la literatura en un Dublín tétrico y fantasmagórico e inundado por los infiernos de la soledad y el alcohol?

5) Porque sus obras son muy mentales y hay poco espacio para lo emocional. Parece que se agarre a la literatura para escapar de sí mismo o de la complejidad de las relaciones humanas. Como él mismo cita en ciertas ocasiones, diríamos con Blanchot: "¿Y si escribir es, en el libro, hacerse legible para todos, e indescifrable para sí mismo?"

Y así podría continuar eternamente; y lo curioso es que encuentro al unísono motivos suficientes para amarle como para odiarle. Y en el cénit de esta contradicción llego a la conclusión de que tengo que seguir leyendo a Vila-Matas. Porque la historia de la cultura se construye justamente sobre la polémica, el desconcierto, y no sobre la indiferencia. Y esa pasión compulsiva o visceral rechazo que siento según la luna al leer a Vila-Matas constituye en realidad una prueba fehaciente de que me resulta motivadora su lectura.

Cuando algo nos atrae y repulsa al mismo tiempo, ¿no significará que algo está llamando a nuestra puerta, que ese estímulo va a forzar un poco más los goznes para que pueda continuar ensanchándose nuestra visión del mundo?

viernes, 23 de abril de 2010

Elogio del amor sereno.



Este día de Sant Jordi quiero aprovechar para dedicarlo al amor sereno.

Nuestra cultura tiene una particularidad con respecto al amor: la obsesión por reivindicar el amor-pasión. El amor sólo se considera que vale la pena, que es "explicable" y uno se puede enorgullecer de él cuando nos lleva de la cima a los abismos, cuando nos hace vibrar día y noche, sentirnos confundidos, perdidos. Ese estado, parecido al de la embriaguez, todos lo hemos vivido en alguna ocasión, y también sabemos que no se puede mantener indefinidamente, so riesgo de ataque prematuro al corazón o peligroso enajenamiento mental.

¿Entonces, por qué sigue la cultura una vez y otra recordándonos cómo tenemos que sentirnos si no queremos poco menos que ser unos gilipollas? El cine, la música, la literatura, insiste en presentarnos al amor como una llama que nos hace dichosos y desgraciados al mismo tiempo.

Ciertamente, este estado emocional es mucho más proclive a la lírica. ¿Quién no se ha vuelto poeta durante una temporada para paliar la insoportable inestabilidad emocional que conlleva la pasión? ¿Quién no ha necesitado vomitar versos, enchufarse una sobredosis musical, cualquier cosa, para sobrellevar mejor la angustia de no poder dejar de pensar en una persona?

Pero el amor, aunque contiene todo esto,es mucho más. Hay el lento aprendizaje de ser cada vez más uno mismo y ayudar al otro a hacer lo propio. Hay el miedo a la lejanía y al aburrimiento, y hay la alegría profunda cada vez que se vive el amor como un nuevo acercamiento en un estadio más profundo de la persona, o cuando se emprende una nueva aventura juntos, o cuando el día a día es una pista de despegue de nuevos experimentos vitales.

Por eso, he querido sumergirme en el mundo de la creación poética en busca de textos que hablen de ese otro amor, el que se construye lentamente y nos ayuda a sentirnos centrados en el mundo. Y constato lo que imaginaba: en la poesía es díficil; se encuentran mucho más frecuentemente textos bañados por el fuego, y, cuando no, por la melancolía, el desasosiego...Alguna cosa he podido rescatar de Cortázar, Benedetti, Salinas o Miguel Hernández, pero no he podido lograr que no tuvieran o un matiz siniestro (porque la amada está ya muerta o lejos) o que fueran tan sumamente cotidianos que les faltara una amplitud existencial suficiente como para percibir esa serenidad.

Y llego a la conclusión de que los textos sobre el amor sereno más profundos y auténticos no son aquellos escritos por poetas, sino por místicos o contemplativos, que tengan al menos un pie en oriente. En ellos la serenidad sí parece una cualidad muy estimable, que se extiende sobre toda la existencia... ¿Qué nos pasa, a los occidentales? ¿Somos masoquistas por cultura?

En fin, aquí van mis regalos para hoy. ¡Feliz y poético día del amor sereno!

“No quiero el amor que no sabe dominarse, ese que, como el vino burbujeante, borda al punto de la copa y se derrama por el suelo. Dame ese amor, tan fresco y puro como tu lluvia, que bendice la tierra sedienta y colma las tinajas de tu casa. Dame ese amor que empape mi ser, hasta su centro, y desde allí se extienda como la savia invisible del árbol de la vida que hace nacer flores y frutos. ¡Dame el amor que mantiene el corazón tranquilo en la plenitud de la paz!

(Rabindranath Tagore, “La cosecha”)

Despojaré mi corazón de lo accesorio.
Podaré todas las aristas de arbustos.
Al final, sobre la tierra
Encontrarás mi amor sin artificios
Desnudo de ensoñaciones
Todos los desvíos.

Será tan pequeño que te cabrá en una mano.
Su fulgor
Alcanza
Los océanos.

(servidora)

sábado, 17 de abril de 2010

Pon un clown en tu vida... o en tu aula.


Siempre da un poco de vértigo volver a la enseñanza después de haber estado ausente. Cada septiembre se repite ese cosquilleo en el estómago que después se va deshaciendo a medida que captas la atmósfera que te envuelve en esa aula y aprendes a moverte cual anfibio en ella. Y después de un descanso, como ha sido mi caso ahora, la ilusión de volver y a la vez el miedo a no decaer en la expectativa que uno se ha hecho de uno mismo. ¿Me habrán olvidado ya, habré sido totalmente reemplazado? ¿Recordaré hacer clases? ¿Recuperaré la ilusión, después de haber vivido sin ataduras pedagógicas durante dos meses?

Este retorno mío ha sido lento y progresivo como a velocidad de crucero. Los primeros días aterricé lánguidamente dejando que los circuitos se fueran encendiendo uno a uno. Tras ello, el esfuerzo, la voluntad de retomar todos los hilos abiertos para poder conducir el final de curso a buen puerto. Y ahora que ya me siento situada, descubro que mis clases tienen su ritmo y naturaleza propias, que puedo permitirme dejarme llevar; que no hay que esforzarse en ser el profe que uno quiere ser, porque ya lo soy. Basta con estar presente, abierta de verdad al otro, y parece que las situaciones van fluyendo espontáneamente hacia un lugar confortable

Y no será casual que justamente ahora me he atrevido a aplicar al aula lo que aprendí sobre el CLOWN hace unos meses.
Tuve la suerte de seguir un maravilloso curso de introducción al clown con Pedro Herreros. Para Pedro, como todos los auténticos clowns de hoy, ser clown no es aprender un conjunto de maniobras humorísitcas, sino una actitud ante la vida, un acercamiento al "corazón clown" que todos guardamos dentro. El clown es un puente que trenzamos con el niño que todavía tenemos dentro. Venciendo los temores al "qué dirán", a la rigidez del juez interior que nos domina, el clown nos abre el sendero de la ilusión y la libertad. Podemos permitirnos (no siempre, pero sí de vez en cuando) tomarnos la vida más en broma, afrontar cada nuevo reto como un juego; tratar de redescubrir cada parcela de nuestra vida en toda su maravilla, como si acabáramos de nacer; aceptar nuestros fracasos con dolor intenso y olvidarlo en seguida; volver a salir al escenario con todo el entusiasmo recuperado. Y, sobre todo, no tratar de ser perfectos y permitirnos equivocarnos...Eso nos abre a una ligereza a través de la cual cada instante puede ser un descubrimiento, cada contacto con el otro una fuente de calor y de risa.

Aunque suene un poco etéreo, todo eso trabajé en el clown. Y me di cuenta de lo que nos cuesta disfrutar, volver a jugar como de niños sin sentirnos culpables por ello. El hecho de practicar el clown trae frutos inmediatos: felicidad, confianza en los demás, relativizar las preocupaciones.
Por eso, al retornar a mi vida como profesora, o ese ser que está muchas horas al frente de la dinámica de un grupo, decidí experimentar y dar un espacio al clown.

Hoy ha sido el segundo viernes de nuestro taller de clown con los alumnos de Ges-2. Y la experiencia ha sido tan enriquecedora que me ha dejado en la boca un sabor a miel y limón que he ido degustando durante todo el camino de vuelta.
He pedido un cambio de aula. Y nos hemos desplazado a otra aula donde hemos retirado todas las sillas. Al principio, les hago moverse al son de la música para desentumecerse. Para ir venciendo la timidez, hacemos sencillas actividades de calentamiento, como juntarse por grupos, o quedarse "congelados" cada vez que para la música. Después, si hace falta, hacemos unos minutos de relajación para que se encuentren a gusto en el espacio. Acto seguido, comienzan las pequeñas aventuras clown.
Una de ellas es muy sencilla. Se trata de construir pequeños diálogos improvisados de dos en dos. Uno dice cualquier cosa y el otro tiene que responder sólo con dos premisas: 1) no pensar 2) comenzar su frase con "¡Sí! Y..." pronunciado con mucho entusiasmo, y añadir cualquier cosa. Con esta sencilla técnica se rompen inhibiciones, surgen asociaciones imprevisibles de palabras, y van entrando en confianza unos con otros.
Otra actividad que he querido aplicar hoy es el "bombardeo positivo". Una persona se coloca al frente de la clase, y todos los demás le tienen que decir todo lo bueno que piensan de ella; sin orden ni concierto, cada cual le va lanzando su piropo, sea sobre su carácter, su físico...La persona en cuestión tiene que aguantar el chaparrón y aguantarse sus ganas de salir corriendo. Cuando se acaba, todos le aplauden a esta persona durante unos segundos en gran ovación; la persona debe mantenerse en pie saludando y agradeciendo el momento.
Quería aplicar esto al aula y temía que fuera un gran desconcierto. Pero han reaccionado de manera muy entusiasta, han seguido a la perfección las reglas del juego, y todo esto ha contribuido a ir creando un ambiente de aula relajado y optimista.

Estas son sólo algunas de las situaciones que se han ido creando. Después ha habido otras propuestas, como inventar una historia improvisada de dos en dos, de cara al público, con la única premisa de que cada uno sólo puede decir una palabra cada vez; la historia puede desarrollarse por derroteros de lo más surrealista; a más confusión, más diversión se crea en el aula. Ah, en la historia debían introducir un personaje, un objeto y un lugar que se habían consensuado antes entre todos.

Ahora espero impaciente la redacción que me tienen que traer para la semana que viene: "El clown y yo" con las sensaciones que han tenido hasta el momento en el taller.
En el día de hoy, ha habido risas, ha habido nervios, ha habido gente que se dejaba llevar y gente a la que le costaba más, pero me he vuelto a casa con una gran felicidad, sintiendo que todo lo que sucedía en el aula estaba vivo, era único e insustituible. Con cada actividad siento que algo se remueve dentro de cada uno de ellos y también en el grupo, las energías se van interconectando.

Si el clown es una forma de vida, donde lo importante es la alegría y la espontaneidad, sin miedo al fracaso, llevar el clown al aula sospecho que va a resultar una medicina para todos...

viernes, 26 de marzo de 2010

Tus vidas posibles.


En la vida real no nos es dado explorar todas nuestras vidas soñadas o posibles. Para eso existe el arte, o el buen arte, como yo lo entiendo: para ampliar nuestra experiencia del mundo, que es inevitablemente limitada; para experimentar con la realidad como si fuera un laboratorio de emociones. Eso ha logrado en mi opinión "El mundo después del cumpleaños", de Lionel Shriver, novela con la que me he divertido horrores y que os recomiendo a todos, aunque especialmente a las mujeres.
Os cuelgo mi reseña, publicada ayer en el Heraldo de Aragón :

¿Qué habría sucedido si hubiera tomado la decisión contraria?, nos preguntamos a veces, sin hallar nunca una respuesta plausible. Este planteamiento es el que subyace bajo la novela de Shriver: ante una encrucijada vital (¿debe Irina besar a ese atractivo hombre o mantenerse fiel a su compañero de vida?) se exploran al unísono dos universos paralelos, que se van desarrollando a lo largo de la novela. El punto de partida rebosa genialidad, y es una incitación a la lectura compulsiva. Ambos universos están trazados con igual verosimilitud y coherencia, y se construyen sobre puentes y recurrencias temáticas admirables. Además, la autora hace gala de una inteligente capacidad digresiva (si bien un poco contenida para mi gusto) que sirve de contrapunto lúcido a las vicisitudes de Irina, a quien pertenece normalmente el punto de vista. La acción resulta ágil; la conciencia de Irina nos desvela perspicazmente las preocupaciones de una mujer actual (incluidas las sexuales, normalmente amortiguadas en los personajes femeninos). Si algo se le puede achacar a Shriver es la excesiva extensión de la parte intermedia de la novela, cuya acción a ratos resulta repetitiva e innecesaria para el desenvolvimiento de la historia. En cualquier caso, si el lector continúa hasta el final, no le decepcionará: la autora ha logrado sortear la dificultad de concluir su peculiar trama sin recurrir a un deus ex machina ni a artimaña onírica alguna. Shriver, en su notable novela, nos hipnotiza con su artefacto narrativo y nos acerca a los complicados mecanismos que rigen las relaciones amorosas hoy.

miércoles, 24 de marzo de 2010

I loved dancing with you





Gracias otra vez a mi querida A. (que, más que alumna, me enseña ella a mí) he podido llevar a cabo un capricho que tenía desde que inicié este blog: añadirle una melodía que me sugiere mucho, "I loved dancing with you", de la película de Coixet "Mi vida sin mí".
En la película esta frase tiene que ver con el tránsito de la protagonista hacia la muerte. Ella tiene una enfermedad terminal y sabe que va a morir, pero, en vez de recrearse en su desgracia, se dedica a llevar un cuaderno de "cosas que quiere hacer antes de morir" y realizar todo aquello que desea, desde lo más banal (cambiarse el pelo) hasta lo más emocional (probar a tener un amante, encontrar una futura mujer para su marido, decir a sus hijas que las quiere...).
El argumento puede tener algo de forzado, pero en la película está tratado con una tal sensibilidad y poesía, sobre todo a través de la imagen y de la música, que me sugiere nada más y nada menos que un arrebatado canto a la vida; con su inherente melancolía, porque todo lo que nos sucede va quedando atrás y lo vivimos sólo una vez; con su esperanza de encontrar a cada momento nuevos instantes con los que maravillarse. En realidad la película, más allá de su argumento "terminal" se puede leer como una metáfora profundamente humanista: puesto que todos vamos a morir, todos podríamos llevar a cabo ese programa de "realizar aquello que uno desea antes de morir" desde ahora mismo, y vivir todos los instantes con la intensidad que merecen.
Entre sus mensajes de despedida a sus seres queridos, pues, ella deja también unas palabras para su amante, que termina con un simple: "Me encantó bailar contigo". Y me parece la declaración de amor más escalofriante que he oído. Hay en ella alegría, sencillez, disfrute por lo compartido; pero también una generosidad sin límites, un tratar de no aferrarse a nadie ni a nada, sino de tomarlo al vuelo y después dejarlo ir... Este mensaje sin embargo me impactó porque va mucho más allá de la pasión, y se podría aplicar a toda relación humana, pero también a los momentos de disfrute sensorial o artístico, y a todas las experiencias vividas en general. Es una declaración de amor a la vida en toda regla; de la vida que transcurre; la única cierta.
Y es esto lo que quería transmitir yo fundamentalmente en mi blog: agradecimiento por los momentos y personas que por una razón u otra me han llegado a flor de piel. Luisa Castro, me encantó bailar contigo. Sesión del dentista, idem; Ana María Shua; y seguiría con mis alumnos, con mis amigos, mi familia, pero no lo haré porque no quiero ponerme melodramática yo también y que estas líneas parezcan una carta de despedida.
En cualquier caso, aquí os dejo en enlace con la melodía que inspira el paso agridulce del minutero; para que no se haga una carga angustiosa; para que la muerte no nos aterrorice con fúnebres presagios; para que no suframos por todo lo que queríamos vivir y aún no hemos vivido; simplemente, hay que susurrarse a cada paso "I loved dancing with you". Y todo lo demás sobra.

viernes, 19 de marzo de 2010

PLANETARIO


Por fin ha llegado el momento tan esperado y a la vez temido. Instalo cómodamente el cuerpo en la hamaca que mi galán me ofrece. Me insta a que me recline, y gustosa acepto, con recién descubierta holganza Su gesto es una invitación a que me deje llevar, a que me olvide. Por encima de nosotros sobrevuela un planetario que me hipnotiza; a un lado, una bandeja de exquisito licor me espera; al otro, bizarros instrumentos para mí sola dispuestos.

Abro la boca y dejo que se introduzca en mí. Yo hoy soy la sumisa, la que todo permite. Sus manipulaciones me causan algo de dolor, que luego se ve amortiguado con sutiles toques que me reconfortan. El tiempo pasa despacio mientras los planetas giran; estrellas fugaces se dibujan en mi mente, paradisíacos parajes donde sin rumbo navego.

Una mujer nos contempla desde un rincón; intercambian susurros entre ellos que no llego a discernir, ni me importa: hoy voy a dejar que decidan ellos.

Cuando vuelvo a la calle, tengo dos empastes nuevos y cien euros menos en la cuenta, pero soy prácticamente feliz.

Luisa Castro: sutil estremecimiento.


El pasado miércoles tuve la ocasión de ver a Luisa Castro en el Ateneu Barcelonès. Tenía cierta curiosidad por conocerla después de leer la turbadora novela "La segunda mujer", de inspiración supuestamente autobiográfica; pero la desidia pesaba más, y si no hubiera sido por el ánimo de mi entusiasta acompañante A., probablemente hubiera desistido y hubiera perdido una ocasión como pocas de recibir una fulminante transfusión literaria...
La había visto en fotos, y me había hecho una imagen un tanto diferente de ella: de aridez, seriedad. Pero entra en el aula con tranquila resignación, como si acatara un destino ineludible, no como el escritor soberbio, del que se encuentra a años luz. Parece cansada, tal vez ha volado hoy desde Santiago de Compostela Mientras la presentan, se frota los ojos y masajea las sienes, como preparándose para acabar de aterrizar aquí. Una vez acabada la presentación de la que ha sido objeto, levanta la mirada al público, esboza una tímida sonrisa y, en un segundo, ya nos ha conquistado a todos.
Luisa Castro habla del oficio del escritor con sencillez, con autenticidad, y eso es algo no habitual y muy de agradecer en estos días.
No tiene un gran secreto para escribir y, contraria a la exaltación habitual en la actualidad de la fantasía y lo impersonal en un autor, ella reivindica el espacio de su persona y su memoria ante la escritura. Para escribir, hay que "convocar los recuerdos desde el amor."
"Escribo de lo que huyo" afirma desde un principio y después completa "escribir es enfrentarte a tus miedos" como si con la vida literaria se satisficieran todos los otros yos para siempre postergados.
El discurso de Castro invita a escribir. No nos transmite una alta literatura para la que hay que estar muy equipado; simplemente incita a aprovechar todas las sustancias que forman parte de nuestras vivencias, y hacer con eso una obra de arte. Para Luisa la literatura está hecha de reciclaje, de los residuos de los días, la materia aparentemente más pequeña y frágil.

Por otro lado, reivindica una suerte de "laisser faire", de naturalidad; para ella los buenos temas literarios no son aquellos de los que uno decide concienzudamente escribir "hay que escribir de los temas con que uno se tropieza en la vida" murmura, y también "No se persigue de lo que se escribe; son los temas los que te encuentran."
Pero la literatura también tiene una suerte de función social. "La única función de la literatura es no estar solo", anuncia en otro momento, y asimismo "Se escribe para comprenderse más".
Nos anima a todos los presentes a dejarnos llevar por la escritura, puesto que "escribir es un riesgo que merece la pena."

Para Luisa la escritura va viniendo, no tras un propósito determinado sino como una madeja de un hilo inevitable de la que uno va estirando. "La literatura es un misterio que hay que ir desvelando"; "cuando viene una frase, hay que tirar del hilo."

La literatura, en fin, para Luisa Castro es un refugio, el único hogar indispensable; "El mundo es demasiado ancho; la literatura te abraza, te acoge".
Aquí tenemos la oportunidad de vivir otra vez la vida, bien, "sin pasar de puntillas".

Pero, por encima de todo, Luisa nos ha derrotado con la veracidad con la que habla de su vocación literaria. Cuando le preguntan por qué tiene la necesidad de escribir, contesta simplemente: "Escribo porque me hace mucha ilusión." "Cada día me levanto con esa ilusión, aunque no siempre lo consigo."
Y, cuando se trata de la relación entre los medios de comunicación ella, de manera muy poco políticamente correcta, aclara que le abruma la columna de opinión, que ella no pretende crear opinión, puesto que cada cual ya piensa por sí solo; prefiere ejercer de columnista literaria, terreno en el que se siente más cómoda, puesto que es el suyo. Al final, cuando se acomete el tema de cómo los medios a veces mitifican la imagen del escritor, ella aclara que no hay que engañarse, que el escritor no tiene que ser un genio ni nadie perfecto; justamente el escritor es el ser imperfecto, incompleto, que se pasa la vida buscando; pero ella lo dijo con mucha más gracia en pocas palabras:
"El escritor es el que tiene una falta que compensa escribiendo."

Salgo de la charla y siento cómo la dedicación literaria no es un oficio voluntarioso y hostil sino un mar tranquilo que surge desde dentro de cada cual, que conquista con suavidad el exterior, hasta que las palabras se van trenzando inevitablemente y con su modulación van conquistando la realidad...como sucede con la voz de Luisa Castro.
PD: Por cierto, Luisa Castro es novelista, y también poeta; hay que decir que sus poemas (en gallego y castellano) ganan mucho con su propia recitación, dulce y sosegada; en su charla hizo gala sobrada de ello...como sin pretenderlo (eso fue lo mejor).

miércoles, 17 de marzo de 2010

El microrrelato: el conjuro de las palabras

(Este artículo se publicó en el Heraldo de Aragón en el suplemento Artes y Letras el jueves 11-03-10. Como no hay edición on-line del periódico, aquí lo dejo a vuestra disposición.)

Todo lector un poco avezado recuerda el famoso cuento de Monterroso con el que se inició el imperio del microrrelato: “Cuando despertó, el dinosario todavía estaba allí.” Pues bien, el dinosaurio ha crecido, se ha reproducido y ahora ya puebla las librerías, congresos y talleres de escritura en España.

Si bien la existencia de textos cortos se remonta al inicio de la literatura, pero como apéndices o curiosidades, hoy van ganando terreno como un producto especialmente propicio para la sociedad vertiginosa en la que vivimos. Sin embargo, se trata de un género de naturaleza difícilmente delimitable, todavía sin un canon definido. De hecho no resulta clara ni siquiera la nomenclatura con la que identificarlo: de ahí que haya oscilado desde el “relato hiperbreve” hasta la “microficción”, la “minificción” o el “microrrelato”, como lo llamaremos provisionalmente. Inclusive resulta cuestionable el hecho de que pertenezca al género narrativo; para que se constituya como tal, basta una condensación particular del lenguaje que provoque una impresión estética en el lector; así, el microrrelato se hallaría en la frontera entre lo narrativo (porque está escrito en prosa y suele predominar la acción sobre la adjetivación) y lo poético (pues los recursos usados se focalizan en la fuerza expresiva del lenguaje y no en la “historia” en sí explicada). De alguna manera, la microficción se aproxima a la estética surrealista que preconizaba Breton según la cual el chispazo de la belleza creada era mayor cuanto mayor era la distancia entre las imágenes superpuestas; dicho de otro modo, para estos templos de la palabra en miniatura, su mayor baza es la ruptura de las expectativas, la desautomatización de lo habitual que se produce en su mirada.

Para Fernando Valls, máximo estudioso del microrrelato en lengua española, este tipo de texto necesita un “lector activo”, en la línea cortazariana, que pueda responder a las elipsis e interrogantes que se le plantean. Valls publicó en el 2008 Soplando vidrio y otros estudios sobre el microrrelato español, en Páginas de espuma, el trabajo más completo que se ha publicado hasta el momento sobre la cuestión, donde repasaba el estatuto genérico del texto, las polémicas habidas durante los últimos años, y sintetizaba los pincipales hitos en las manifestaciones del mismo, desde Juan Ramón Jiménez hasta la actualidad.

La misma editorial, de joven andadura, Páginas de espuma (especializada en relato y microrrelato) ha publicado recientemente Por favor sea breve 2 (continuación de la primera antología publicada hace 10 años) y la obra completa de la argentina Ana María Shua.

El proyecto de Clara Obligado, la antóloga de “Por favor, sea breve” 1 y 2 es el de reunir un corpus de autores representativos del género en lengua española. Su segunda antología, más depurada aún que la primera si cabe, persiste con la misma técnica de ordenar los cuentos de modo decreciente: de mayor extensión (una página y media a lo sumo) a menor, de modo que los últimos rozan prácticamente el silencio. Toda antología resulta por definición parcial e irregular, puesto que muchos autores se hallan ausentes y no todos manifiestan la misma calidad, pero no hay que negarle el mérito de la variedad de épocas y registros. Aquí encontramos textos de una sola línea, ocurrencias que nos recuerdan a las greguerías de Gómez de la Serna, como el de Care Santos: “Le abandoné porque ya no sabía qué regalarle” o el llamado “Novela de terror” por Andrés Neuman: “Me levanté recién afeitado.” Entre estas páginas se dan cita numerosos autores consagrados en activo y de ambos lados del océano Javier Tomeo, José María Merino, Ramón Acín y Juan José Millás, pero también se nos brinda la ocasión de leer a autores menos conocidos, como los aragoneses Fernando Aínsa, Fernández Molina y Patricia Esteban Erlés (con su maravillosa variación del dinosaurio monterrosiano, “Mascota”) o a posibles precursores, como Gómez de la Serna o Perucho.

Por otro lado, aunque ciertamente en este tipo de escrito predominen la libertad y la disparidad de dispositivos, algunos elementos, como explica Francisca Noguerol en su prólogo, son recurrentes en estos autores a la hora de construir sus artefactos: la fantasía, la confusión entre realidad y ficción, el terror, tratado con indiferencia; la preponderancia de la imagen; la subversión poética del lenguaje; pero también el humor y los juegos metaficcionales y lingüísticos: breves boutades que violan el marco narrativo convencional al introducir la figura del lector o el autor, o que nos demuestran algún artificio literario. (Como la elisión de alguna grafía, en el caso genial de “Cazadores de letras”: “¡Huyamos, los cazadores de letras est´n aqu´!”)

Este mismo relato es el que sirve de título a la voluminosa obra que recoge la “minificción completa” de la autora argentina Ana María Shua. “Cazadores de letras” comprende las obras “La sueñera”, “Casa de Gheisas”, “Botánica del caos”, “Temporada de fantasmas” y “Fenómenos de circo”. Mi consejo: no se deje amilanar por el grosor de la obra. Tómese como un cofre que contiene tantos perfumes de aromas diversos como momentos de diverso orden vale la pena dedicarle a la lectura. Léase brevemente, pero con intensidad, en una butaca, mientras prepara la comida, en el médico, en el metro. Le aseguro que cada página le será una bocanada de inspiración. Shua tiene ese poder: el de hipnotizar con su palabra. Después, el lector se acostumbra a la modulación intermitente de su melodía, y esas palabras se apoderan de él, transmitiéndole una pasión contagiosa que abre nuevos cauces para percibir cuanto nos circunda.

Y el mérito es doble porque no se trata sólo de la coherencia interna insobornable de cada texto. Cada libro sostiene su propia lógica, crea una red de sentidos que se va completando a cada página de modo que, aunque pareciera paradójico, provoca una ávida intriga en el lector, deseoso de conocer cómo se va desmadejando el hilo argumental. Por ejemplo “Sueñera” nos conduce por todo el campo semántico del sueño: parte de los laberintos del insomnio para después conjugar todas las posibilidades sobre la confusión entre sueño y realidad, sin menoscabo de personajes y situaciones fantásticas ni de la prosa poética más acerada (“Apenas cierro los ojos, me caigo.”); tampoco son ajenas a ella los homenajes a grandes magos del relato como Kafka o Sherezade. En Casa de Gheisas declina toda la morfología del deseo, simbolizada en las diferentes cortesanas que habitan esta casa de Gheisas y su relación con los hombres que van a visitarlas; así la más deseada siempre es “La que no está” o “la mujer del prójimo”; y el máximo secreto para la seducción es “reservar una zona intocable o prohibida” sea un rincón de la piel o “el primer lunes de cada mes” o “cierto verano de la adolescencia”.

De todas maneras, la coherencia lograda en los primeros libros no se mantiene a un mismo nivel en los últimos, donde se da una mayor disparidad temática y textual, como en Botánica del caos o Temporada de fantasmas, que resultan menos seductores para una lectura continuada.

La visión de Shua es fundamentalmente la del extrañamiento. Los objetos cobran vida (y ya no se sabe si hay que pedir consejo a la almohada o al edredón), las personas súbitamente se tornan monstruos o animales. Se invierten continuamente los parámetros de la realidad, de modo que las plantas se plantean cómo hay que cuidar a las personas para que no se marchiten, o alguien se pregunta si los ratones deben dejar su diente debajo de la almohada al perderlo. Asimismo, sus páginas aparecen sembradas de juegos conceptuales y metaliterarios (como la imagen del escritor sufriendo ante la confusión de géneros en que se halla inmerso) pero también de felices hallazgos poéticos, apoyados por numerosos recursos como la elipsis, la analogía, la paradoja, la transformación del sentido figurado en real...

Si todavía no lo han hecho, lean microrrelatos. Les serán todo un descubrimiento. Déjense bañar por lo audaz de sus propuestas y recordarán, con Novalis, que “toda palabra es un conjuro”; un conjuro capaz de derribar los diques de la realidad y transformarla en un lugar apasionantemente imprevisible.

Cuando desperté, el dinosaurio aún estaba allí.



Hace tiempo que había abandonado este blog a su suerte, navegando a la deriva. Pero desde unos días atrás he comenzado a percibir señales de su presencia, primero a través de casi inaudibles susurros, después en forma de hondos crujidos que provenían del epicentro del teclado, hasta llegar al extremo de escalofriantes señales de socorro, que pugnan por captar mi atención. Ya no puedo ignorarlo más. Debo abrirle paso. Y, al acercarme al umbral, descubro con estupor que el dinosaurio aún estaba aquí; aunque agonizante, todavía respira. Mientras yo vivía, mientras yo dormía, él permanecía, a la espera. No está en mi naturaleza ser tan poco conmiserativa, de modo que voy a permitirle que se vuelva a poner en movimiento, que encuentre lentamente su espacio. Y veremos a dónde nos llevan ahora sus pasos.

Por el momento, (y mientras recompone su figura y recupera su respiración normalizada) simplemente os dejo una propina para los curiosos:
http://cvc.cervantes.es/actcult/monterroso/acerca/zavala.htm

jueves, 22 de enero de 2009

¿Pa qué tanta lite?

Estimado lector:

Ya me disculpará usted que le tenga algo olvidado. Otros menesteres me ocupan y hacen que mi mente volátil no tenga tiempo de dejar huella en el blog.
Como no quiero dejarle del todo en el olvido, me conformaré con ofrecerle algún que otro piscolabis humanístico-literario.
Hoy le dejo esto por si le es de su agrado.
Se trata de un conjunto de citas que he recopilado sobre todo a través del simpático librito "¿Para qué sirve la literatura?, de Antoine Compagnon, pequeña perla para paladares adictos a la literatura.

Siempre que empiezo un curso de literatura algún alumno me pide para qué sirve. Y si no me lo preguntan, se lo hago yo a ellos. A menudo no saben qué responderme: para ser más cultos, para saber más...Y yo les quiero hacer entender que más que eso, para vivir más a fondo y más a gusto. O simplemente, como dice Roland Barthes en una de las citas, "para respirar".

Hace tiempo que tenía pensado hacer esta recopilación y finalmente lo hice. Para uso propio y también válido para cualquier clase introductoria. La actividad, muy sencilla: se trata de leer las citas, comentarlas, y luego se dejan diez minutos para que cada uno elija la que más le gusta y escriba un comentario libre de cinco-diez líneas. Luego se comenta la cita que ha elegido cada uno; normalmente, hay gustos para todo...

Ahí van, pues, apreciado lector:


1. “A través de la literatura, lo que se expresa es una rebeldía, una crítica, un cuestionamiento de la realidad.” (Mario Vargas Llosa)

2. “La verdad es que las obras maestras de la novela contemporánea dicen mucho más sobre el hombre y sobre la naturaleza que algunas graves obras de filosofía, historia y crítica.” (Émile Zola)

3. “La lectura hace a un hombre completo, la conversación hace a un hombre alerta, y la escritura hace a un hombre cabal.” (Francis Bacon)

4. La literatura permite escapar “a las fuerzas de alienación o de opresión.” (Sastre)

5. “El poeta une, a través de la pasión y el conocimiento, el vasto imperio de la sociedad humana extendido por toda la tierra y a lo largo de todos los tiempos.” (Wordsworth)

6. “La literatura no permite andar, pero permite respirar”. (Roland Barthes)

7. “La única finalidad de la literatura es hacer a los lectores capaces de gozar mejor de su vida, o soportarla mejor.” (Samuel Johnson)

8. “Sólo la lectura atenta y constante proporciona y desarrolla plenamente una personalidad autónoma.” (Harold Bloom)

9. “La única moral de la novela es el conocimiento; es inmoral aquella novela que no descubre parcela alguna de la existencia hasta entonces desconocida.” (Hermann Broch)

10. “La literatura sirve para conocerse mejor a uno mismo y al otro; descubrimiento no ya de una personalidad compacta, sino de una identidad obstinadamente en devenir.” (Antoine Compagnon)


El lector que esté en posesión de alguna cita interesante, puede añadirla, será recibida con gusto.

jueves, 13 de noviembre de 2008

DESINTEGRACIÓN DE LO EFÍMERO



Os quiero recomendar la última novela de Patrick Modiano. No era un autor que me atrajera hasta ahora y me sedujo por el título. No ha sido para nada como imaginaba, no es exactamente una lectura sentimental ni reflexiva; pero el libro se lee solo y tiene el encanto de lo desconcertante; sí parece redefinir el concepto juventud y paso del tiempo pero de manera muy etérea, muy sutil; va tejiendo una tela de araña que al acabar la última línea nos atrapa por completo y nos hace ronronear de placer; de placer amargo, puesto que al final el tema sí es el del paso del tiempo. No ha sido como esperaba, sino mucho mejor, de los que perduran.


Con En El café de la juventud perdida Modiano vuelve al París de los años 60 para trazarnos una suerte de alegoría sobre la juventud.
Por el título podríamos pensar que se trata de una muestra más de novela de formación donde se nos relata el paso del joven al adulto y la educación sentimental correspondiente (estilo Paul Auster o Murakami, que por otra parte resultan siempre hipnóticos). O podríamos haber esperado una recreación semiautobiográfica de los escenarios de su juventud, al estilo de París no se acaba nunca. Y tal vez nos hubiera cautivado también. Sin embargo, lo que hace a esta novela única es su modo de representación de la nostalgia ya que, como reza su título, no se nos habla de esa juventud perdida sino que ubica al lector en el mismo escenario de las pérdidas. El café Condé es el punto de encuentro y refugio para los distintos personajes, relacionados con la bohemia del momento; constituye una zona neutra, lugares donde el tiempo se detiene y todo parece posible. (Aunque, irónicamente, en el presente de la narración ese café ya haya desaparecido). Este no-lugar sirve de anclaje para el personaje que se desliza a lo largo de toda la novela como su punto de fuga: Louki, misteriosa y escurridiza, reflejo para todos de un modo más auténtico de vivir, y bajo el que se esconde una fragilidad insospechada.
En el café de la juventud perdida me parece una novela propia de la postmodernidad, donde el mundo ya no resulta tan fácilmente narrable ni representable. Como en Exploradores del abismo, de Vila-Matas, la existencia arrastra a los personajes hacia agujeros negros o hacia imprevisibles conjunciones de elementos. La propia voz narrativa no se focaliza en un punto, se desplaza continuamente; ya nos posamos en los ojos de Louki, ya en los del que la persigue, la añora o la ama; pero finalmente la imagen de la mujer se construye desde la desaparición, y resulta igual de inaprensible que el café Condé.
La devastación del presente que se da con Louki es tan meteórica que me hace pensar en Rimbaud (ya me perdonaréis por la insistencia) y en todos aquellos autores de los que habla Vila-Matas en Bartleby y compañía, que un día se callan porque ya no tienen nada más que decir, o porque la intensidad del instante es superior a cualquier palabra. Si la belleza constituye lo efímero, no podemos prácticamente nombrarla ni retenerla, pues se consume continuamente; llevado a su paroxismo, el que aspire a la modernidad (o a la juventud) eterna, en su modo más radical, ha de enfrentarse a la desaparición o el silencio. Así, en el corazón de la novela de Modiano parece hallarse un abismo por donde el presente se catapulta a sí mismo, por donde todos los personajes parecen difuminarse en la estela de lo insondable. Ese parece ser el universo incierto en el que vivimos.

viernes, 31 de octubre de 2008

Poema de otoño


"L'automne déjà! -Mais pourquoi regretter un éterner soleil, si nous sommes engagés à la découverte de la clarté divine, -loin des gens qui meurent sur les saisons." decía el gran Rimbaud.

Me encanta el otoño. Cada vez que empieza el frío siento que todo entra en su declive, y a su vez gana en intensidad. Lejos de "las gentes que mueren en las estaciones" una siente que ese declive es apropiado, que los festejos vitalistas del verano tocan a su fin y el mundo entra en una fase de letargo...Una siente de nuevo la presencia del tiempo, poderosa, como un zarpazo, y el recordatorio que la muerte espera, al final del pasillo...y esa presencia puede resultar un acicate. Puesto que el tiempo no es infinito y puede acabarse cualquier día, hay que embarcarse ya enseguida sin esperar ni un día en nuevos proyectos, nuevas ilusiones. Y hay que tender un ojo y una oreja a los proyectos del prójimo, vida latente. Y es ahí donde encuentro la sublimidad del otoño.

¡Otoño ya! que decía Rimbaud; sí, si el otoño tiene que llegar, que llegue ya, celebrémoslo con alegría. Y recordemos que la grandeza del otoño estriba sencillamente en la conciencia y aceptación del mismo declive, de las sombras que traen nuestros días. Nunca me siento más viva que cuando alguien que aprecio me abre el cajón de sus espectros personales, de sus preocupaciones y anhelos más hondos.

Viktor E. Frankl, psiquiatra que en "El hombre en busca de sentido" muestra cómo lo aprehendió precisamente un campo de concentración, nos dice que "la última de las libertades humanas", que no nos falla nunca, es la "capacidad de elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias." Llegará el otoño, luego el invierno, fracasarán nuestros planes o no; pero cuán grato es sentir que en uno prevalece la receptividad y el respeto ante la vida; esto no sólo nunca nadie nos lo podrá robar, ni la peor de las adversidades, sino que nos permitirá entrar en conexión con tantas otras personas, por diferentes que sean a nosotros.

Je est autre

Voy a visitar a mi abuela y me admiro de nuevo de encontrar tanta sabiduría en una vida que no transcurre más allá de cuatro paredes. Ha leído a Frankl también y me habla de la validez de la vida si uno ha hecho todo lo bueno que ha sabido en su situación. Cuando era más joven siempre dudaba de no haber sido lo bastante buena como para merecer el cielo. Ahora se ha hecho más indulgente consigo misma, y le reza a Dios: "Si no he fet millor les coses, és perquè no n'he sabut." No hizo grandes hazañas, no estuvo en la otra punta del mundo curando enfermos como las biografías de médicos que le gusta tanto leer, como Kübler-Ross. Tuvo una vida normal, como se esperaba en su época: se casó, sobrevivió a la posguerra, cuidó de sus hijos. Poca cosa y tanta a la vez, puesto que lo hizo como mejor supo. Hoy la miro a los ojos, mientras me habla pausadamente desde su butaca siempre teñida de la luz blanquecina del atardecer e intuyo que su existencia ha valido la pena, sólo por estar siendo quien es ahora que me habla con una presencia tal.

Por la noche, voy a cenar con mis alumnos del GES y acabamos hablando de los destinos de unos y otros, de sus familias de origen, de la historia de sus amores. Y sonrío con placidez a pesar de oír los enormes sufrimientos que han tenido que aguantar (padres alcohólicos, una vida determinada a trabajar para sobrevivir, y tantas dudas) puesto que están frente a mí ahora mismo y a pesar de todo persisten en existir y en buscar su destino.

Y pienso en el libro de Frankl y en cómo el ser humano persiste en buscar un sentido a su existencia, y cuando va perfilando un sentido en el horizonte es capaz de soportar cualquier sufrimiento, porque siente que su vida sirve para algo, es leña para la humanidad en construcción.

Y yo tal vez tampoco tenga una vida ejemplar ni pueda enorgullecerme de cambiar nada en el mundo; pero sí siento que si sigo despierta, si no permito que el torbellino de la actividad me diluya, puedo ser un receptáculo de ideas, de energías; una transmisora de todos los estímulos que me llegan de la vida que se está buscando a sí misma, que busca autorrealizarse.



...et il me sera loisible de posséder la vérité dans une âme et un corps.

jueves, 10 de julio de 2008

El arte de la felicidad...en la docencia


Siguiendo el hilo de mis últimas reflexiones, he querido indagar, como propone el Dalai Lama, en los caminos que propician la felicidad...en este caso, como docente. Y me he preguntado: ¿qué es lo que me ha proporcionado mayor felicidad durante este curso? Y la respuesta me ha venido inmediatamente al corazón: la relación con los alumnos.

Ha sido un reto permanente estimular a los alumnos, hacerles confiar en sus capacidades, buscar cauces para que aprendan reflexionando. Asimismo, el tener a mis alumnos siempre presentes me ha activado algunas neuronas vírgenes que me han dictado soluciones creativas a situaciones que parecían insalvables.

¿Recordáis el caso de Rubén, aquel chico que quería abandonar el curso y tuvo que aguantar pacientemente mi monserga disuasoria? Pues continuó ya desde entonces hasta el final, se esforzó mucho, y ha conseguido aprobar la Prueba de Acceso a Ciclos Formativos de Grado Superior, como era su propósito. Esta prueba permite a los alumnos que en su día no aprobaron el Bachillerato acceder a una formación que les facilite una inserción profesional de mayor especialización y nivel lucrativo. Como él sucedió con otros alumnos que presentaban muchas lagunas académicas y en algún momento del curso estuvieron a punto de tirar la toalla: creo que la esperanza depositada en ellos actuó como un estímulo mucho mayor que todas las fotocopias de refuerzo del mundo.
Uno de los acontecimientos mejores del curso fue la cena que hicimos en junio con los alumnos del curso de preparación a esta prueba, para celebrar el aprobado de la mayoría o el aprobado futuro de aquellos que no pudieron superarla de momento. El ambiente fue de gran optimismo y alegría, todo eran abrazos, chascarrillos, palabras de aliento en una y otra dirección. (Una alumna me repetía insistentemente: “Te felicito por todo lo que has hecho por nosotros. Ya puedes estar satisfecha…“ hasta el punto que tuve que hacerla callar para no ruborizarme.) En momentos así el corazón bombea tranquilo, pues ha puesto su grano de arena para que otros seres humanos se abran puertas a una existencia más feliz, en la que puedan realizarse.
Con los alumnos de GES (Graduado en Educación Secundaria) la situación es distinta: no los preparamos para un examen oficial sino que los evaluamos nosotros mismos día a día. Es un curso menos estresante pero más complejo a nivel humano: hay que adiestrarlos en las competencias básicas para desenvolverse en el mundo; en mi caso, como representante del Ámbito de la Comunicación (palabras mayores) debo disciplinarles en el baño regular en las lagunas inefables de la Ortografía y la Gramática, pero, por encima de ello, considero mi función básica enseñarles a reflexionar y a expresarse. (Pues ¡para qué sirve un lenguaje inmaculado si el hablante luego no lo usa o considera que no tiene nada que decir!) No es tarea fácil: para eso hay que vencer resistencias, esforzarse en crear un clima propicio para que seres tan diversos en edad y circunstancias puedan abrirse, pensar, expresar, crear.
Pero una gran satisfacción le invade a una cuando los alumnos dan las gracias a final de curso por todo lo aprendido; cuando una alumna te dice que se ha comprado aquel libro que ya no recordabas haber recomendado; cuando otro te dice que aquel artículo de periódico le ha hecho pensar que le conviene un curso de crecimiento personal o de teatro; cuando aquel alumno hosco y retraído te sonríe confiado mientras te confiesa haber descubierto que es bueno escribiendo; o si recuerdas la última clase con aquel grupo habitualmente tan apático en la que lograste culminar un proyecto largamente acariciado: realizar un taller de poesía surrealista en grupo, donde las ideas y las palabras de todos los componentes del grupo fluían con naturalidad y entre sonrisas al calor de unas galletas saladas y unas copas de vino tinto. (Esto último sólo lo puedo decir en voz baja.)

Todos estos constituyen instantes preciosos que guardo en mí y que me animan a seguir creando en la docencia. No es una profesión muy sofisticada; no se cosechan éxitos llamativos ni se reciben premios como en otros campos; sin embargo, empiezo a sospechar que la felicidad que puede aportarme la interacción con mis alumnos es mucho más perdurable.

El arte de la felicidad

Estos días en los que gozo de tanto tiempo libre voy a dedicarme, entre otras cosas, a hacer un balance de este curso e irlo cerrando por partes. Como tengo la suerte de que mis devaneos lectores me acompañan en el filo de mis pensamientos, aprovecharé, para mi reflexión de hoy, los estímulos que me brinda mi lectura presente, El arte de la felicidad (Conversaciones con Dalai Lama).

El libro parte de la siguiente constatación: la sociedad occidental nos hace creer que la vida es demasiado complicada. Ser feliz supone un horizonte de deseo imposible, fugitiva fuente de oro a la que basta acercarnos para que se aleje más y más. Siempre deseamos más dinero para comprar tecnología mejor, ropa más moderna, casas y coches cada vez más confortables, viajes cada vez más lejanos; no estamos tranquilos sin no ascendemos en jerarquía o reconocimiento, si no logramos de vez en cuando algún éxito objetivo que nos haga sentir más estimables. Comparamos continuamente nuestra valía material e intelectual: hay que decorar la casa mejor que tus primos; hay que ganar más que tu cuñado, saber más idiomas que tu mejor amiga, estar más en forma que tu novio, tener más cultura que tus vecinos; incluso comparamos mezquinamente nuestra vida afectiva: nuestra pareja tiene que ser más detallista que ninguna, nuestra madre, la más comprensiva, nuestro padre, el más interesante, nuestros amigos nos tienen que ayudar tanto o más que nosotros a ellos; lo mismo sucede en el mundo educativo: hay que demostrar más eficiencia que nadie, preparar unas clases impecables por si alguien nos inspecciona, enseñar el máximo de contenidos, ganarse la mejor reputación posible (si es posible, ser mejor que el compañero de al lado)…
¿Algo de todo esto importa, algo nos hace realmente felices? ¿Alguien nos ha obligado bajo amenaza de muerte a seguir esta carrera implacable donde nada de lo que hagamos será nunca bastante?

Tal y como advierte el Dalai Lama, cuando la vida se hace demasiado complicada, basta detenerse, pausar los latidos del corazón y preguntarse cuál es el propósito de la vida. Y tal vez la respuesta nos devolverá a los cauces de la sencillez: pues no puede ser otro que encontrar la felicidad. Y esta felicidad no puede depender de nada material ni de la salud ni de as facultades, ni siquiera de las circunstancias.
Su razonamiento es de una lógica aplastante: hay que descubrir qué nos hace felices, y potenciarlo, y qué no, y disminuirlo todo lo posible. Para el Dalai Lama, el arte de la felicidad se resume en aceptar la existencia tal cual es, en valorar quiénes somos y lo que tenemos para ir desarrollando nuestras potencialidades reales con la disciplina de la mente, y en ser compasivo y afectuoso hacia el prójimo.
Cualquier lector de estas líneas podría decir: “Pues qué listo, eso es obvio.” ¡Exacto! ¿Cómo puede ser que nos cueste tanto llevar a la práctica algo tan elemental?
No es baladí la reflexión que propicia el Dalai Lama: cada instante puede ser precioso si valoramos la existencia humana como un camino hacia la felicidad (o la autorrealización, llámese como se quiera ese estado de bienestar con uno mismo). Cada interacción con otra persona puede ser única si creemos en la bondad innata del ser humano, en su inclinación natural hacia la compasión y la amabilidad. Esto último él lo expresa en términos radicales: se ha demostrado que las personas que cultivan una buena relación con su entorno y se muestran amables y tolerantes en general alcanzan más fácilmente el optimismo (pues se sienten útiles, y además su actitud genera una confianza que les es devuelta) y, por añadidura, suelen caer con menos facilidad en la enfermedad y suelen vivir una existencia más larga y feliz. Da incluso un dato sorprendente: se ha demostrado que las personas muy focalizadas en sí mismas tienen mayor riesgo de padecer una enfermedad coronaria que aquellas con una vida más sociable y altruista; y puede ser un factor de riesgo más importante incluso que la dieta y otros condicionantes físicos.
¿Por qué nos olvidamos tan a menudo de estas enseñanzas básicas si están a nuestro alcance, y, por añadidura, pueden hacernos felices?

jueves, 3 de julio de 2008

La elegancia de la cojera


Ansío las estrellas
mas abocada estoy
a la pecera”.


Esta es la primera “idea profunda” que desarrolla Paloma, la niña superdotada que protagoniza, junto con una portera autodidacta, La elegancia del erizo.

Todo ser humano ansía la realización personal. Sin embargo, en cuanto nos vamos haciendo adultos, nos dejamos encorsetarnos en los raíles que vienen predeterminados.Y ocupamos la mayor parte de nuestro tiempo en aposentar tres cuestiones propias de los mamíferos: el sexo, el territorio y la jerarquía; dicho de otro modo: la pareja, la casa y el trabajo. Nos creemos muy libres y civilizados; sin embargo, nos encadenamos a un destino prefijado en pos de una seguridad precaria, que, una vez conseguida, a menudo desemboca en el desasosiego.
Entre tanta urgencia, ¿no estaremos olvidándonos de cultivar el don que nos hace realmente humanos? ¿No nos bastaría la conciencia para acceder a una felicidad desnuda, esencial?

La elegancia del erizo es un libro fresco y revelador ahora. Un canto a la vida en plenitud, a conciencia.
Nos muestra que los seres más ricos interiormente no son siempre los que triunfan, puesto que a veces el éxito exterior ciega las ventanas de comunicación con nuestro ser auténtico.
Así, una niña de doce años, una portera marginal pueden albergar una comprensión del mundo de una intensidad magistral. Y no necesitan nada más que eso. Bueno, tal vez simplemente encontrar a alguien con quien compartir esos pequeños y enormes placeres como tomarse en compañía una taza de té.
Entonces, tomemos una taza de té. Se hace el silencio, fuera se oye soplar el viento, crujen las hojas de otoño y levantan el vuelo, el gato duerme, bañado en una cálida luz. Y, en cada sorbo, el tiempo se sublima.”

El libro me ha caído a las manos como una bendición.
He estado todo el curso inmersa en el movimiento del mundo, con una avidez por la acción que a veces me lleva al límite de mis fuerzas. Me paso los días haciendo planes para más acciones futuras, sean físicas, didácticas, intelectuales, lúdicas...Pero, por muchos planes que haga, nunca me parecen suficientes, siempre tengo la sensación de que me estoy descuidando de alguna faceta de la experiencia, y temo tener que arrepentirme de ello en el futuro.
Cuando el tiempo te desborda porque nunca alcanzas a realizar todas las acciones que el deseo te dicta, el día a día puede convertirse en una carrera de obstáculos, o en un servicio militar.
¿A qué viene tanta avidez? ¿Por qué? ¿Para qué? El día que un accidente me obliga a detenerme, constato que 24 horas son suficientes para cambiar radicalmente mis biorritmos y convertirme en la más firme aliada de la inacción.
Y me doy cuenta de que la sed de acción, paradójicamente, sólo se sacia con la inacción. El día que a la fuerza debes cancelar todos los proyectos, todos los compromisos sociales, entonces eres capaz de percibir que la vida está bien en sí misma. Que es maravilloso contemplar cómo se mueve una rama de árbol, el propio cuerpo en reposo, una nota musical que se apodera del espacio, la sonrisa de tus padres, que sigue siendo la misma aunque pase el tiempo.

Hoy, vacía del impulso de la acción, puedo proceder a la degustación del presente pleno. Y ahí tienen cabida dos esencias: la vida misma en su movimiento, que tiene la intensidad y la gracia de lo efímero, y el arte, que es capaz de trascender el instante fugitivo y sublimarlo en un estado de Belleza sin tiempo.

En la escena muda, sin vida ni movimiento, se encarna un tiempo carente de proyectos, una perfección arrancada a la duración y a su cansina avidez –un placer sin deseo, una existencia sin duración, una belleza sin voluntad.
Pues el Arte es la emoción sin el deseo.

Entre la vida y el arte, la conciencia humana se instala como receptor, puente, vasos comunicantes entre lo fugitivo y lo eterno. Cada instante merece la pena ser eterno. Y al mismo tiempo un instante ha de morir para que la vida continúe mostrando su naturaleza más preciosa, el propio devenir, sin lo cual tampoco el arte existiría.
Entonces, ¿qué es todo lo que podemos desear? Encontrar el rincón oportuno donde el mundo nos deje en paz para ser, sin más.
Como en el caso de la portera Renée Michel, a veces la ausencia de ruido exterior, incluso la ausencia de gloria y reconocimiento, puede conllevar una libertad de conciencia sin límites.

La vida que se escapa se inmoviliza en una joya sin mañana ni proyectos, el destino de los hombres, salvado del pálido sucederse de los días, se nimba por fin de luz y, más allá del tiempo, exalta mi corazón tranquilo.

Ahora, sólo quiero tener los ojos limpios para apreciar cuantas camelias se posan en el mundo; ser yo misma camelia sobre el musgo.

sábado, 31 de mayo de 2008

La belleza está en la caída


He vuelto a enamorarme de una novela. Esta vez ha sido Saber perder, de David Trueba. Desde el primer momento he tenido la sensación de que estas páginas atrapan y reflejan de lleno la sensibilidad del hombre del siglo XXI .
Saber perder nos muestra una constelación de personajes inmersos en las redes de sus deseos y contradicciones: Silvia, la adolescente que empieza a vivir y descubre el poder de la química del deseo. Lorenzo, el hombre que se debate desesperadamente contra la idea de ser un fracasado, un muerto en vida. Leandro, el anciano de pasado intachable que un día empieza a priorizar los sentidos a la dignidad. Y Ariel, el joven futbolista argentino que aterriza en España como la gran promesa de futuro. Todos quisieran ser ganadores dentro de una sociedad que nos exige una competencia permanente respecto a nuestros semejantes; sin embargo, es en sus debilidades cuando estos personajes se engrandecen y se vuelven representativos de la crueldad y la ternura inherentes a la condición humana.
Más allá de lo anodino, seguimos los destinos de nuestros personajes, los acompañamos en sus vicisitudes, sus zozobras. Estamos del lado de todos ellos y a la vez del lado de ninguno. Trueba nos ha concedido un punto de vista privilegiado, desde el cual podemos tocar la realidad de cada cual y a la vez observarlas todas a vista de pájaro. Aquí la distancia imparcial y la vivacidad de la emoción se aúnan de la manera más natural. La tercera persona gramatical que nos permite ver a los personajes desde fuera se conjuga con una subjetividad flotante que en cada capítulo se focaliza en un solo personaje; entonces Trueba nos los muestra al desnudo sin condescendencia alguna. Sin embargo, el rabioso presente en que está escrito el texto, la sintaxis entrecortada, el diálogo en estilo indirecto libre que se entrelaza ágilmente con la narración…Todo ello se confabula para conferirnos la sensación de estar viviendo en los ejes de un film; pero una película que va mucho más allá de sí misma, puesto que los cuerpos transparentan las almas que los mueven.

La dinámica de la novela me parece una perfecta radiografía del hombre contemporáneo. La multiplicidad de conciencias y puntos de vista, todas ellas válidas, presentadas sin el menor atisbo de juicios de valor, reflejan lo fragmentario, lo aéreo de la sociedad que se está gestando hoy en día.
El hombre de hoy carece de paradigmas colectivos de conducta, puesto que ya cayeron los valores tradicionales y las ideologías como hojas de otoño. Y, si bien el descrédito de los ideales pudo suponer una crisis de conciencia en el hombre de finales del siglo XX, ahora, en los albores del siglo XXI, el hombre contemporáneo se está acostumbrando a convivir con su vacío.
El único dogma que queda en pie es el afán de triunfar por encima de los demás: afán que está construido sobre arenas movedizas, que crea realidades ilusiorias que pueden derrumbarse en un instante.
El vacío resultante no será entonces ya un precipicio sino una tierra fértil desde la cual puede nacer lo genuino de cada individuo.

En definitiva, quien se arriesga a buscar lo auténtico tiene que saber perder. Si gozamos de libertad total para elegir, si cada uno de nuestros actos constituye un ensayo dentro de un mapa sin referencias, la caída será inevitable. Sólo así se podrá llegar a algún lugar nuevo. Tras tropezarnos con nuestros errores, con nuestras debilidades, aprendemos a aceptarnos en nuestra fragilidad, y logramos también a aceptar los errores de quienes nos rodean.
Hay belleza también en la caída: como el fénix, la muerte de ilusiones, de proyectos, conlleva el nacimiento de otros inéditos.
El fracaso humaniza: desde el fracaso, el hombre comprueba que nada es tan grave como el miedo a caer, y por fin es libre de verdad en su conciencia para ensayar nuevas direcciones, y para dar la mano a sus semejantes que también en algún momento han caído.

Sublime, David, y certero.

jueves, 22 de mayo de 2008

canción mística



Te aferras a la nada en cada segundo de vida.
Celebras el presente efímero,
la concupiscencia del vacío.
Presientes la intimidad del azul,
la existencia humana en desafío.

Te asomas al asombro en cada instante de vida.
aceptarías hasta la muerte por degustar sus aristas.

viernes, 16 de mayo de 2008

El discreto encanto de la vida moderna (FÁBULA URBANA)


Como cada lunes, Rosalía emerge de la estación de RENFE en Plaza Catalunya.
Sin embargo, el rumbo de sus pasos hoy es muy distinto: en vez de girar apresurados hacia la entrada del Corte Inglés, hoy permitirá que la conduzcan azarosamente por las calles.¡Parece mentira! ¡Día libre! Y hace tanto que no se permite ser una simple paseante…Ya no recuerda ni la última vez que hizo shopping.

Comienza a descender Portal de l’Àngel con ojos dispersos, dispuesta a dejarse llevar por su capricho. Pronto se da cuenta de que ha de prestar más atención. Hordas de turistas la zarandean de un lado a otro. Por mirar un escaparate, casi topa con una pareja de americanos detenidos con un mapa en el centro de la calle. A su izquierda, una comitiva de japoneses avanzan asombrados tras la sonrisa experta de su guía. A su derecha, un bailarín callejero es el centro de atención de una asamblea de boquiabiertos.
Intenta adentrarse en su zapatería preferida, y debe sortear un cúmulo de parejas de amigas que gesticulan fascinadas ante ese despliegue de tentaciones. De golpe, una mano agarra su hombro; se gira pensando descubrir el rostro de alguna vieja amiga pero no se trata más que de una compradora impaciente, que la aparta de su camino sin contemplaciones. Siente que el calor invade su rostro, los puños de sus manos se cierran en un gesto intuitivo. Le falta el aire. Sale de nuevo a la calle dando grandes zancadas. Pero no puede pensar con claridad porque se halla entre dos grúas de ruido ensordecedor. Los trabajadores tienen que hablar a gritos, que resuenan cual grietas en su cabeza..
Decide tomar una calle menos transitada, buscar un oasis dentro de la muchedumbre.
Toma la calle de la Palla. Un camión de obras le sigue como una sombra. Debe hacerse a un lado para que pase. Como nadie más se detiene, el camión no puede avanzar, así que acaban caminando al unísono como si se escoltaran mutuamente. Toma Marqués de Campo Sagrado. Al fin un horizonte limpio, una promesa de casi-silencio. Pero no han pasado ni diez segundos, y ya una furgoneta de reparto le va a la zaga, ocupando como por privilegio la totalidad de la calle.
Acelera el paso para dejar atrás el maleficio acústico que la invade; el letrero que reza “Calle Canuda” le huele a salvación. Ya sólo una manzana la separa de la Rambla.
Sus tobillos quisieran volar, pero deberá conformarse con zigzaguear hábilmente.
De nuevo en Plaza Catalunya ¿Qué hacer ahora?. Diríase que la propia fuerza de gravedad vuelve a engullirla bajo el suelo.. Habrá que alejarse del ombligo de la ciudad, de ese tumor de agitación para el que no hay curación alguna.
Cualquier dirección sirve, siempre que la lleve lejos.“Zona universitaria”. Dicen que cerca de ahí hay un parque con una variedad de rosas exuberante. Es la última parada. Mejor. Se deja caer en el asiento. Suspira. Por fin disfrutará de un lapso de tiempo de descanso.
La brusquedad de un sonido de ambulancia la hace sobresaltarse. Se incorpora y observa a dos adolescentes jugando con su móvil a grandes carcajadas. Los mira con reprobación pero ellos, ajenos a todo, continúan bañando el vagón de su algarabía. Prueban melodías de móvil: ninguna les parece lo bastante excesiva.
“Liceu”. El metro se llena de bolsas de plástico. Orgullosas, se posan en todas las esquinas. Abren y cierran su boca, casteñuelan entre ellas, portadoras de la excitación de una compra cuyo apetito todavía no ha finalizado.
“Drassanes” Turbamulta de maletas que se precipitan en el vagón. Sus portadores hablan y ríen a grandes voces. En su frenesí, golpean con los codos a derecha e izquierda, barrando el paso a algunos autóctonos que, feroces, no dudan en empujarlos a su vez para colocarse cada vez más cerca de la salida (no vaya a ser que no puedan ya descender nunca más y sean englutidos por la fiera metropolitana).

Intenta no pensar, no escuchar, no mirar, visualizar solamente el Parque Cervantes al que se dirige en su día libre.
A su lado, alguien mastica fuertemente un chicle. Cuando consigue olvidarlo, de nuevo un respingo. Vuelve a abrir los ojos y, frente a sí, una mujer de unos treinta años: deportiva pero abrumada por el peso de su equipaje –o por el contenido de su agenda, que ahora guarda en el bolso para poder extraer otro objeto. Sus rasgos apagados se iluminan al observar la pantalla de su móvil.
-HOLAAAA! –grita con voz estridente-. Què TAAAL? Sí, és clar, ara vaig cap allà. Doncs MOLT bé. GENIAL! Espera! Igual ara marxa la cobertura. Doncs no! HA HA! Doncs sí, QUÈ FORT ALLÒ que va passar, no? Ostres! SÍ, TIA! NO! De puta mare!

Al unísono, le acompañan cual acordes de orquesta las bolsas del Corte Inglés que están adentrándose a la altura de Maria Cristina. El chicle infatigable marca el compás de fondo. Como contrapunto, otra melodía de móvil a lo lejos.

-Sí, nena, sí!! És que és l’hòstia! Sí, a veure quan ens truquem tots i sopem. Tinc tantees ganes de veure’ns…En Gerard? Molt bé, tia, molt bé, és TAAAAN maco…
Sí, sí, tinc molta sort, un boyuuu…No em queixo, nooooo, hehe.

Mientras ha dicho estas últimas palabras, sus dedos se enredan nerviosamente en las bolsas de plástico; la mano izquierda tantea el bolso con fruición; su espalda está encorvada, sus cejas tensas, pero hace brillar sus dientes para el espectáculo público.

-Tens el meu telèfon, no? No et surt a la pantalla? Mira: és el…

Esta es su oportunidad. Rosalía anota mentalmente los números. En un rapto de determinación, se levanta, sale del vagón en la siguiente parada y entra en el vecino.
Marca los números recién aprendidos.

“Hola. Sóc JO. No cridis, no, ja et sento. Et dic que sóc JO i vull que m’escoltis tu a mi.
A qui vols enganyar fent creure que ets feliç? Per favor!!
Per molt que repeteixis en veu alta lo GUAI que és tot el que fas NO LI INTERESSA A NINGÚ ni tampoc convenceràs a ningú: la teva vida fa pena. I per molt soroll que facis, això no farà canviar res. O sigui que com a mínim tingues pietat de la gent que no ha triat seure al metro al teu costat: pel bé de la humanitat, dóna un descans al teu mòbil!! Si necesites tant parlar en veu alta, compra’t una gravadora, però fes-ho a casa i deixa de torturar la resta del món!
Ah, i fes el favor de canviar de melodia, que és més hortera i depriment que el Charles Chaplin ballant el chiqui-chiqui!”