"Some time later"

sábado, 15 de diciembre de 2007

De la empatía y la compasión en la enseñanza de adultos


Se entiende por empatía la capacidad de ponerse en el lugar del otro, conectar con los sentimientos y vivencias de alguien que nos es ajeno; y por compasión la capacidad de "sufrir con" con esta persona, estar abierto a conmoverse por sus emociones y circunstancias adversas.

Esta semana creo haber descubierto algo: en la enseñanza de adultos resulta más importante la capacidad de empatía (e incluso compasión) con los alumnos que la profesionalidad del docente. Puesto que nos llegan con una inseguridad patológica (¿tal vez la mala conciencia de haber perdido otros trenes?), necesitan un gesto alentador con más urgencia incluso que los alumnos de la ESO.
Directa o indirectamente, solicitan del profesor que se acerque a ellos, que les individualice, muchas veces hasta que se haga cargo de su situación personal. Tales revelaciones, evidentemente, no servirán para que el profesor dé una solución a su circunstancia; sin embargo, el hecho de abrirse y encontrar en él una comprensión, incluso un refugio, provoca después cambios perceptibles en su actitud en el aula: una mayor receptividad, un aligeramiento de la tensión...Y ello actúa obviamente en benificio de la labor docente.
Hay vidas de todos los colores: unos están tramitando un divorcio; otros tienen hijos hiperactivos que le hacen su organización cotidiana poco menos que peliaguda; otros manifiestan sus lagunas académicas y su miedo al fracaso...Entonces, un momento de atención hacia ellos, una expresión de asentimiento, un gesto de cariño bastan para reafirmarlos en su valeroso propósito: realizar sus aspiraciones, a pesar de las dificultades de la vida cotidiana.

Esta semana, el caso que me ha resultado más llamativo ha sido el de Rubén, alumno del curso preparatorio a las pruebas de acceso a Ciclos Formativos de Grado Superior. Hasta ahora ha tenido una asistencia regular; su actitud es discreta y ligeramente retraída. Tendrá unos 20 años y hasta el momento ha trabajado de mecánico.
Una tarde, en el cambio de clase, me viene a buscar para comunicarme que abandona, que le dé de baja. Ante la ausencia de una explicación coherente, le hago prometer que volverá al día siguiente para hablar con más calma.
El alumno no viene a clase, y lo doy por perdido. Sin embargo, aparece después a la hora convenida. Me anuncia de entrada: "Ya es seguro, lo he pensado bien, mi familia no ha logrado convencerme." Intento investigar los motivos y responde sólo vaguedades: "Es demasiado..." "Al final no lo necesito, no voy a estudiar un ciclo formativo..." Ante mis inquisiciones, me explica que, aunque ahora mismo no tiene trabajo, puede ejercer de mecánico, y ya le está bien y seguirá en lo mismo. A mis cuestionamientos sobre su futuro, responde levantando las cejas y los hombros, con resignación fatalista. Desarmada, le indico (por no saber qué más decir) que se espere de nuevo. Y ahí queda plantado, impasible, paciente.. durante la media hora en que atiendo a otros alumnos. Y súbitamente percibo que LO QUE DESEA ES SER CONVENCIDO. Y su obstáculo mayor, probablemente cierta apatía invernal, que se le habrá adherido a los huesos.
En ese instante, recupero la retórica, y hago uso de toda la argumentación de la que soy capaz; intento ser convincente y hablarle con confianza. Le digo que si lo que teme es el fracaso, si abandona va a ser un fracaso de verdad; en cambio, sin continúa, apruebe o no el examen final, habrá triunfado porque habrá llevado a cabo su reto. Se sonríe irónicamente; entonces le insisisto en que creo en él, que si sigue estoy segura de que aprobará, y si no lo creyera así no perdería tiempo en convencerle. Le doy opciones para que cambie de materias optativas, de ciclo formativo al que acceder. Uso todas las frases típicas que me vienen a la cabeza, le acribillo, porque sé que desea ser acribillado. Le comento que tiene cara de aprobador; que el invierno es duro y pesado pero que a partir de febrero y con la primavera de cara todo se ve distinto, que sólo tiene que tener paciencia unos días, etc etc. He iniciado la conversación con cierto reparo, temiendo caer en el ridículo o el desatino, pero la expresión receptiva de mi alumno me ha animado a seguir adelante y mi lengua ya no tiene freno.

Al día siguiente Rubén aparece con una gran sonrisa. Exclama a través del recibidor: "¡Isabeeel! ¡Al final sí que me quedo!". Su expresión ha cambiado: se le ve más animado, más despierto. Y he sabido después que dicha actitud se ha mantenido también en las clases de diversas materias.
He de reconocer que me he sentido más satisfecha por esto que por cualquiera de mis labores como docente de los últimos días.

Así de mudables y sensibles somos, adultos o adolescentes; así de frágil y compleja está hecha la materia humana. Podemos formarnos, lograr una ocupación digna, un hogar acogedor; podemos continuar toda la vida si lo deseamos en pos de nuevos retos, oportunidades para despertar otras potencialidades hasta el momento dormidas.
Pero nada somos solos: por más que lo disimulemos, ansiamos esa presencia humana al otro lado del espejo que nos recuerde que valemos, que somos importantes.





5 comentarios:

Anónimo dijo...

Con razón estabas tan ocupada!
Me gusta mucho, puedo coger ideas, expresiones para lo que estoy escribiend?
Tendré que buscar otras fuentes, ya sabes... copiar a uno es plagiar, pero copiar a varios es investigar

Joselu dijo...

Hermoso post, lleno de sensibilidad. Has sabido expresar esa relación con Rubén, esa necesidad de ser convencido y no temer el fracaso. Probablemente esa capacidad de empatía es necesaria en todos los niveles. Los adolescentes necesitan más ayuda de la que sospechamos, pero muchas veces carecemos de tiempo para dedicarles. Por eso la tarea de tutor es tan ardua y difícil. Los profesores de asignatura no podemos dedicarnos a ellos, sencillamente no tenemos tiempo. Cada minuto del día en mi centro está ocupado al máximo. Cuando hay tantos muchachos con dificultades poco podemos hacer por ellos. Lo veo y me llena de consternación.

Anónimo dijo...

Grande eres, aunque te llamen Isilla; valiente y generosa.
A veces perdemos de vista la fragilidad ajena, quizá demasiado pendientes de la propia (es autocrítica, se entiende)y nos inhibimos.
Seguiré asomando la nariz por este blog tan inspirador.
Un abrazo,
Mon

Anónimo dijo...

CARAM!!! La pell de gallina amb aquesta frase: "¡Isabeeel! ¡Al final sí que me quedo!" I sense necessitar gomets! ;) L'enhorabona!

Chabela dijo...

¡Gracias a todos por tan calurosa acogida! ¡¿No será que estáis siendo compasivos conmigo para que no me desanime?!;))

moritz, estoy ocupada sobre todo por mil otras cosas; lo del blog es para descansar; ¡me alegro de que te guste! Me parece bien si te inspira para escribir (sobre educación, supongo?!)¡Hasta otra!

joselu, en mi centro de adultos también siento esas limitaciones que tú dices; todos necesitarían atención particularizada y sin embargo los profesores (aunque por ahi algunos no se lo crean)no paramos ni un momento.
Pude dedicarle ese tiempo a Rubén porque soy su tutora, y tengo una hora (¡aunque extraoficialmente, pues no figura en mi cómputo horario!) para dedicársela a estas cuestiones.
Sí, tampoco imaginaba que se hacían tutorías en los centros de adultos; me extrañó cuando me lo dijeron pero cada día lo entiendo mejor. Y cuando el tutor no se implica suficientemente, parece que el grupo se va descohesionando.

Mon, gracias pero no me sobreestimes. Muchos otros días estoy más pendiente de cómo gestionar mi estrés qeu de los alumnos que tengo delante; eso "mi arrabbia" como dicen los italianos, pero es difícil ponerle una solución definitiva. Un beso.

Tina, et poso tres gomets com a lectora de blog estrella. ;)))

¡Hasta ahora!