"Some time later"

viernes, 25 de mayo de 2012

TO BE OR NOT TO BE... MELANCHOLIC.

Sin lugar a dudas El intelectual melancólico, un panfleto, es un libro polémico. Sobre todo porque su propósito fundamental es  arremeter contra aquellos intelectuales que en la actualidad se lamentan por “el descrédito de la cultura humanística” en nuestros días. Máxime porque fue precisamente la lectura de “Adéu a la Universitat. L’eclispi de les humanitats”, del también catedrático (ahora emérito) de la Universidad de Barcelona Jordi Llovet el acicate que brindó a Gracia el impulso para pergeñar un estado de la cuestión propio y opuesto, mucho más halagüeño.
Del panfleto de Gracia, lo primero que hay que agradecer es el hecho de que, en la línea de Llovet, el profesor universitario salga de su cubículo para plantear una discusión pública sobre el estado de la cultura y el papel del intelectual en ella; lo segundo, que, lejos del derrotismo o desidia habituales, se atreva a enfrentarse a la complejidad del presente, y además efectúe un diagnóstico favorable. Ciertamente resulta vigorizante que se admita sin paliativos que el malestar de la cultura no es exclusivo en el mundo actual, sino que cada época lo ha venido rezando, a modo de variaciones del tópico clásico según el cual “cualquiere tiempo passado / fue mejor”. Especialista en la historia literaria y cultural de España, y autor de títulos como El despertar de una conciencia silenciosa o Derrota y restitución de la modernidad, Gracia nos recuerda cómo no hace tantos años la cultura en este país estaba maniatada por la dictadura franquista, y la eclosión y dispersión de la cultura actual ha de interpretarse como un estadio necesario en el proceso de transformación de una sociedad cada vez más europea. De este modo, el panfleto es también un alegato a favor de la capacidad autoregeneradora de la España democrática, y una defensa de la situación cultural actual, privilegiada en cuanto a mercado editorial, sin que ello vaya en detrimento de la calidad, la diversidad, y la profesionalidad universitaria.
Por otro lado, no es azaroso el hecho de que Gracia haya tildado a su libro de panfleto, ya que, junto a su habitual verbo ágil y vibrante, sorprende su registro sumamente hiperbólico y subjetivo. Así,  le “revienta” la deformación del intelectual sobre la realidad y le provocan “ira” las estadísticas sobre el fracaso escolar. El autor (como haciéndose eco del “mon semblable, mon frère” baudelairiano) se dice “hijo inconfundible de la vulgaridad contemporánea”, y se erige como antítesis del intelectual melancólico, refinado y burgués, al que tacha de haber vivido una “ilusa ilusión” confiando en su impertérrito rol social. Por añadidura, el retrato del intelectual en cuestión roza lo paródico, ya que aparece como un ser decadente, ‘protagonista de un final prematuro’, que busca libros en los anaqueles más recónditos de las librerías y se pasea por una Barcelona de la que se siente excluido, horrorizado por las nuevas hornadas de turismo hortera y juventud vulgar. Y mientras asocia al intelectual melancólico las lacras de la “frustración”, la “vanidad”, la “autocompasión”,  el “reaccionarismo”, contrapone a dichas pasiones “ecuanimidad”, “prudencia”,  “sensatez”, “equilibrio” e “ironía” como necesarias virtudes para el intelectual en período fértil.
El intelectual melancólico en una primera lectura se vivirá como un puñetazo a la conciencia del lector; probablemente entusiasme a las mentes afines y tal vez subleve a los que se identifiquen como melancólicos. Sin embargo, en una segunda lectura, puede detectarse que la subjetividad y vehemencia del discurso lo acercan sutilmente al intelectual melancólico que describe. ¿Y no será acaso pertinente la convivencia en el intelectual contemporáneo de ambas miradas, la bruma melancólica y la euforia progresista? El mismo Georges Steiner, un gran melancólico, ha subrayado en “Recordar el futuro” (2008) la necesidad de transformar los lugares de memoria en los lugares de la posibilidad, donde el vacío se vaya colmando con nuevas formas.